"DIOS NO ENVIÓ A SU HIJO PARA CONDENAR AL MUNDO" Jn 3,17
Pastoral Educativa
Querida
comunidad educativa:
Nos volvemos a encontrar en torno a la Palabra
de Dios…
Nos ponemos en presencia de Dios para comenzar
la oración de hoy.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, Amén.
Lectura
del Santo Evangelio según San Juan
3,13-17:
En aquel
tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del
hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para
que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto
amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para
condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él’’.
Palabra del Señor
Reflexionamos
Hoy celebramos la fiesta de la
Cruz, símbolo del cristiano. En este diálogo entre Jesús y Nicodemo se anuncia
de una manera oculta el momento supremo de la vida de nuestro Salvador: la
crucifixión.
La cruz no es sólo un símbolo material, sino la
guía de nuestra vida.
Dios en su gran amor, viendo la necesidad que
tenía el mundo de ser salvado, no dudó en entregar a su propio Hijo para su
salvación. Las circunstancias históricas concurrieron para que la redención se
realizara por medio de la cruz. A partir de este acontecimiento la cruz se ha
convertido en señal de salvación para todo el que cree que Jesús es el redentor
del hombre.
A pesar de que Jesús se puso el primero en el
padecer no nos resulta fácil asumir la realidad de la cruz y todos la
esquivamos de la mejor manera posible. Pero si ser cristiano es seguir al
crucificado, ¿por qué rehusamos seguir sus huellas? Sólo desde el amor se
entiende esta entrega, y sólo el amor hace posible convertir en alegría las
mayores angustias de la vida. Es cuestión de amor, y cuando algo nos cuesta
mucho es señal de que el termómetro del amor marca baja temperatura.
Meditación
del Papa Francisco
Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho
accesible, ha amado tanto al mundo que -nos ha dado a su hijo Unigénito, para
que quien cree en Él no se pierda sino que tenga vida eterna-, y en el supremo
acto de amor de la cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la ha
vencido, ha resucitado y nos ha abierto también a nosotros las puertas de la
eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que Él mismo
ha atravesado; es el buen Pastor, bajo cuya guía nos podemos confiar sin temor,
ya que Él conoce bien el camino, ha atravesado también la oscuridad. (...) Se
nos invita, una vez más, a renovar con valor y con fuerza nuestra fe en la vida
eterna, es más, a vivir con esta gran esperanza y a dar testimonio de ella al
mundo: después del presente no está la nada. Y precisamente, la fe en la vida
eterna da al cristiano el valor para amar aún más intensamente esta tierra
nuestra y trabajar para construirle un futuro, para darle una esperanza
verdadera y segura. Benedicto XVI, 2 de noviembre de 2011.
La oración, expresión de apertura y de confianza
en el Señor: es el encuentro personal con Él, que acorta las distancias creadas
por el pecado. Rezar significa decir: “no soy autosuficiente, te necesito, Tú
eres mi vida y mi salvación”. (Francisco, 10 de febrero de 2016)
Amén