"DESDE AHORA SERÁS PESCADOR DE HOMBRES" Lc 5, 10
Pastoral Educativa
Querida
comunidad educativa:
Nos volvemos a encontrar en torno a la Palabra
de Dios…
Nos ponemos en presencia de Dios para comenzar
la oración de hoy.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, Amén.
Lectura
del Santo Evangelio según San Lucas
5,1-11:
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor
Reflexionamos
"¡Que Dios es la mar de raro!..." es
el título de un libro escrito hace ya algunos años por un sacerdote, pensador y
periodista mexicano llamado Antonio Brambila. Y nos pareció muy acertado este
título para la reflexión del día de hoy.
El padre Brambila explica en el prólogo de su
libro el porqué de ese título. Cuenta que un día, hace ya mucho tiempo, atendía
en dirección espiritual a una joven religiosa que estaba pasando por un momento
muy difícil en su vocación, uno de esos períodos de desolación y de sequedad
espiritual en los que el alma sufre bastante interiormente, pero que Dios
nuestro Señor aprovecha, de un modo misterioso, para purificarla y acercarla
más a Él. Y el padre le decía que Dios juega a las escondidas con sus hijos,
que se les oculta para hacerse desear y buscar; y luego se les manifiesta para
volverse a esconder; y que, durante nuestra vida en este mundo, muchas veces nos
muestra su amor en forma de castigos que nos desconciertan y nos hacen llorar y
sufrir... La religiosa, tras un momento de silencio, concluyó: "¡pues, la
verdad, Dios es la mar de raro!".
Efectivamente, ¡la mar de raro! Rarísimo. Porque
Dios es misterioso. Más aún, Él mismo es un misterio que no podemos comprender
y en muchísimas ocasiones su modo de actuar nos sorprende, nos confunde y nos
"destantea". ¡Parece ilógico y extraño! Ya el profeta Isaías nos
decía que "los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos, ni sus
caminos son nuestros camino." (Is 55, 8).
No entendemos, por ejemplo, por qué Dios permite
el sufrimiento, menos cuando el que sufre es una persona inocente. ¿Por qué el
dolor de tanta gente pobre en tantos países del África, de Asia o de América
Latina, y muchísimos de ellos a veces sin lo mínimo para subsistir? ¿Por qué
tantas injusticias y abusos contra los pobres y débiles? Pensemos en las
guerras, en las discriminaciones, en las persecuciones y segregaciones de
pueblos enteros a causa del color, la religión, la raza, la cultura o su
condición social. ¿Por qué tantos abusos de niños y mujeres, usados para la
trata de blancas y un comercio brutalmente indigno y escandaloso? ¿Por qué
tantos niños tronchados en el vientre de su propia madre antes de ver la luz
del sol?
Tal vez también nosotros tengamos experiencias
de sufrimiento en nuestra vida. Es tremendamente doloroso. ¿Por qué Dios
permite la enfermedad o la muerte de un ser querido, sobre todo cuando aún es
necesaria su presencia en este mundo? ¿Por qué el Señor permite a veces que
sintamos el dolor terrible de la depresión, la soledad, la tristeza, el
abandono? ¿Por qué ciertos problemas sin resolver, después de tantos años de
haber luchado en vano por superarlos? ¿Por qué fracasan a veces los
matrimonios, con tanto sufrimiento para la esposa, los hijos, los familiares?
¿Y por qué no se puede rehacer la propia vida con otro hombre o con otra mujer
después de haber fallado el primer matrimonio religioso?.. Éstos y muchos otros interrogantes tocan a la
puerta de nuestra alma sin encontrar suficientes respuestas.
El evangelio de este día no nos habla sobre el
dolor, pero sí nos puede ofrecer alguna luz para tratar de comprenderlo y de
aceptarlo.
San Lucas nos presenta hoy la escena de la pesca
milagrosa. Nuestro Señor se halla en el lago y, después de predicar, le dice a
Simón Pedro que reme mar adentro y que eche las redes para pescar. Simón era un
experto pescador –ése era su oficio- y conocía perfectamente los lugares y las
horas más oportunas para ello. Él sabía de sobra que se pesca durante la noche
porque las aguas están tranquilas y los peces dormidos. Es más, se habían
pasado la noche entera bregando ¡y no habían cogido ni un miserable charal! Y
ahora llega este Jesús -todavía no conocía bien Pedro a nuestro Señor- y, sin
conocer el arte y los gajes del oficio, le dice así, tranquilamente, que eche
las redes para pescar...
"¡Pero, Señor –le pudo haber dicho Pedro—
no es hora de pesca, ni el lugar ni las condiciones son apropiadas!...". Y
humanamente tenía toda la razón. Cuando se callan las palabras de nuestra
propia experiencia, de nuestras previsiones y cálculos humanos ("nos hemos
pasado toda la noche bregando"); cuando hemos probado la amargura del
fracaso o de la desilusión ("no hemos cogido nada"), entonces puede
brotar el milagro: "Pero, en tu nombre echaré las redes". Esto es lo
más maravilloso de todo. Y ya sabemos lo que pasó después.
En realidad, éste fue el verdadero milagro: que
Pedro haya creído en Cristo y que, cuando todo era ilógico, adverso y
contradictorio para la razón, haya aceptado la orden del Señor y haya
obedecido. La pesca sobreabundante y las redes repletas fueron ya sólo una
consecuencia. Para nuestro Señor no hay imposibles porque Él es Dios. El único
imposible es que nuestra voluntad no quiera adherirse a lo que Él quiere Y el milagro
está precisamente aquí.
Si echamos una hojeada a todo el evangelio, nos
daremos cuenta de que siempre actúa así nuestro Señor: todos los milagros
comienzan con la FE y es la única condición que Él pone para poder actuar. Sólo
cuando aceptamos a Jesús con el corazón y doblamos las rodillas de nuestra
mente, aunque humanamente no se vea nada, aunque el llanto explote en nuestra
garganta y las lágrimas arrasen nuestros ojos, aunque tengamos que esperar
contra toda esperanza humana y sangre el corazón... si creemos en Él y lo
aceptamos, así como Dios nos visita, ¡es entonces cuando Jesús realiza el
milagro!
Amén