SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Equipo
Pastoral
Querida comunidad educativa:
¡Hoy festejamos la
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús!
Nos ponemos en presencia de Dios
para comenzar la oración de hoy.
En el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Hoy queremos compartirles una reflexión de la experiencia del padre
Monti en torno al Sagrado Corazón de Jesús, esta experiencia está redactada por
un ex alumno de nuestro colegio y Hermano de nuestra congregación, Diego L.
Araya.
“A lo largo de nuestro peregrinaje al centenario, nos han acompañado
aquellos que acompañaron a Luis a lo largo de su vida, de diversos modos, en
diversas circunstancias, pero codo a codo en la realización del proyecto de
amor de Dios para la humanidad, a través de su persona. Éstas “compañías” se
han constituido en la herencia más hermosa que hemos recibido de Luis María,
porque junto a ellas recorremos nuestro camino a la santidad a la que somos
llamados imitándolos, pidiendo su intercesión o buscando habitarlos. Nos
referimos concretamente a la Santísima Virgen María Inmaculada, al Glorioso
Patriarca San José y al Sagrado Corazón de Jesús, verdaderos pilares de la
espiritualidad montiana.
De modo que, como vemos, cada uno ha sabido ser parte fundante de la
vida diaria del Beato y en su camino de santificación, por ello se nos proponen
como “compañeros” en la vivencia plena de nuestra fe.
Habiendo conocido esto, bien podemos preguntarnos qué relación,
concretamente, hallamos entre “lugar de santidad” y el Sagrado Corazón de
Jesús. A priori, la respuesta más sencilla es la de pensar que el “lugar de
santidad” por excelencia es el mismo Corazón de Jesús, pero ahondemos un poco
más en esto para descubrir que nos dice el Señor con esta devoción.
Para ello es bueno que recurramos al origen de la devoción del Sagrado
Corazón, que tanto marcara el siglo XIX con la institución oficial hecha por el
Papa Pio IX en 1873, luego de casi 10 siglos en los que creciera lentamente su
presencia en el Pueblo de Dios. Así, puede rastrearse esta devoción al corazón
herido de Jesús en el siglo IX con las meditaciones hechas por los cristianos
de las llagas de Cristo, contemplación que buscaba enfocarse en los hechos de
la Pasión y, consecuentemente, en el acto de amor y salvación obrado por el
Señor. Aun así, recién en 1672, más precisamente el 20 de octubre de aquél año,
se celebró por primera vez la fiesta del Sagrado Corazón de la mano del
sacerdote francés, San Juan Eudes. Contemporáneamente a estas expresiones de fe
del pueblo de Dios que peregrina en Francia, Santa Margarita María Alacoque,
comenzó a tener visiones de Jesús, más precisamente a partir del 27 de
diciembre de 1673. Mientras experimentaba el consuelo de su presencia, Jesús le
habló de su gran amor y le explicó que la había elegido para dar a conocer su
amor y su bondad a la humanidad.
Al año siguiente, en junio o julio de 1674, Margarita María informó que
Jesús quería ser honrado bajo la figura de su corazón de carne. Pidió a los
fieles que lo recibieran con frecuencia en la Eucaristía, especialmente el
primer viernes de cada mes, y que practicaran una hora santa devocional.
En 1675, durante la octava de Corpus Christi, Margarita María tuvo una
visión que posteriormente se conoció como la “gran aparición”. En ella, Jesús
pidió que la fiesta del Sagrado Corazón sea celebrada cada año el viernes
siguiente a Corpus Christi, en reparación por la ingratitud de los hombres
hacia su sacrificio redentor en la cruz.
La devoción se hizo popular después de la muerte de Santa Margarita
María en 1690. Sin embargo, debido a que la Iglesia siempre es cuidadosa en
aprobar una aparición o devoción privada, la fiesta no se estableció como
oficial en toda Francia hasta 1765. El 8 de mayo de 1873 la devoción al Sagrado
Corazón fue formalmente aprobada por el Papa Pío IX, y 26 años después, el 21
de julio de 1899, el papa León XIII
recomendó urgentemente que todos los obispos del mundo observaran la
fiesta en sus diócesis.
Como vemos, la devoción al Sagrado Corazón fue creciendo en el corazón
del pueblo de Dios y recibió gran impulso de la Iglesia universal, por medio de
los Papas, a fines del siglo XIX. Algunos autores nos aportan una visión que
puede ampliar nuestra comprensión sobre el auge de esta devoción. Charles Bernard
afirma que “muchos han insistido sobre el nexo histórico entre el expandirse de
la devoción y la reacción contra el Jansenismo de un ambiente todo moralizante
que insistía unilateralmente en el sentido del pecado, del castigo y del temor.
Realizándose una experiencia de tipo profético, ya que la devoción que recoge
la carga afectiva quiere ser una palabra de Dios en el tiempo…”.
Recordemos que el Jansenismo es una corriente espiritual basada en las
ideas de Cornelio Jansen que pone el acento “en un marcado voluntarismo y
rigorismo, en dónde el amor divino compite con el amor humano porque el amor
divino es bueno y el amor humano se encuentra cargado de malicia”, nos comenta
el P. Carlos Vece, CFIC.
Por ello, afirma, Goffi, “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús ha
sido una singular gracia del Espíritu de Cristo en sintonía con las necesidades
espirituales del siglo XIX. En modo providencial ha ayudado a las poblaciones creyentes a vivir
en serenidad en medio de las innumerables prescripciones eclesiásticas. Ha
difundido en ellas la fe en la misericordia salvífica del Señor por encima del rígido preceptismo
jansenístico…»”.
De modo que, esta devoción, en la época histórica del Beato Monti lleva
al cristiano a vivir en la certeza de que el corazón de Jesús es la fuerza
espiritual primaria que nos permite vivir según el Espíritu Santo, esto es la
intimidad y la unión con el Señor. Lo vive entonces, desde la experiencia del
amor de Dios, una experiencia que es primero personal, de encuentro e intimidad
con Dios Amor, que lo eleva a una nueva condición de hijo muy amado,
experiencia desde la cual nutre toda su vivencia y accionar posterior.
Con esta aportación, podemos leer con claridad cuál ha sido el camino
vivido por Luis María y la moción que el Espíritu suscitó en su corazón y en el
de Cipriano Pezzini para dar vida a la Congregación Concepcionista “ver en el
enfermo al mismo Cristo y tratarlo como se lo trataría a Él”, esto, es, ver en
cada hermano al Amado, y tratar a cada uno como al mismo Amado. En un contexto
en el que la práctica de la enfermería en los hospitales se caracterizaba por
un continuo destrato para con los enfermos. Toda la experiencia de amor del
Señor de la que hablamos, bien puede ser circunscripta en la vida de Luis en
Bovisio, más precisamente en la casa Monti, el hogar, la cuna de sueños.
Esta experiencia que podemos ver en Monti será la que inculcará a sus
hijos, se hará toda una forma de comprender el llamado que el Señor hace para
vivir esta moción que es nuestro carisma en el mundo. Por ello en el texto
constitucional de 1900, el último que el Beato pensó, podemos leer en el
artículo 6 lo siguiente “Todos los individuos que pertenecen a este Instituto,
son igualmente reunidos en el nombre de Dios, y por Dios son familiares.” Y
podemos notar que aquello que nos hace familia es precisamente esta experiencia
de amor que brota del Sagrado Corazón de Cristo, tal como lo venimos
entendiendo. Pero aun así, en su sabiduría, fruto de su experiencia de amor en
el Señor, Luis Monti insistirá en que esta experiencia no solo nos llama, sino
que también nos mantiene unidos como familia, siendo el fruto de esto la “paz,
la unión en un solo espíritu en el corazón de Jesucristo”, de modo que el
“lugar” es una experiencia donde se nace y al que retornar cada día para
alimentarnos, para vivir. Todo esto implica, sin embargo, además de una
conciencia de gracia del Señor, un empeño personal y por ello le pedirá a sus
hijos que “Cada uno se estudie a sí mismo para formarse un carácter abierto, dulce,
amable, que conserve la paz en el corazón propio y en el de los demás.” Lo que
implica una búsqueda continua por el “modo” que exprese, de manera concreta,
aquella experiencia de amor que nos ha hecho renacer y mantenernos en la
Familia. Al comprender esto podemos juntos elevar la plegaria con el Beato a
María Santísima Inmaculada para que sea ella quién “mantenga encendida en
nosotros la hermosa caridad que hace de tantos corazones, uno sólo”.
Finalmente, en lo referente al alimentar esta experiencia de amor en la
Eucaristía, el Beato nos pedirá que “Cada uno lleve a Jesucristo un corazón
purificado, y no pierda un instante de aquellos momentos preciosos en los
cuales se encuentra de corazón a corazón
con el Señor”. Seguro que sólo en él, como lo hemos visto en la comprensión del
Pueblo de Dios sobre la devoción del Sagrado Corazón, es posible fundar y dar
origen a nuestros apostolados y esto es precisamente lo que nos distingue a los
cristianos, más aún a los montianos de cualquier acción buena que se pueda
hacer: la esencia, el origen de nuestra entrega. Y aquí mismo está la clave
para entender nuestra santidad, como una consecuencia del encuentro con el
Santo de los santos.”
Palabra de Dios.