PARA MEDITAR Y VIVIR EN FAMILIA LA PASCUA!!!

  Equipo Pastoral 



En el Evangelio de hoy (Lucas 24, 35-48), nos relata el camino de los discípulos que caminaron hacia un pueblo llamado Emaús y en el camino se les suma el mismo Jesús, al cual no reconocen ni con sus ojos, ni con su corazón. Cuando llega la cena y Jesús comparte el pan, recién ahí se dan cuenta quién es. En ese momento los ojos de los discípulos se abrieron al igual que su corazón y lo reconocieron. ¡Jesús había resucitado!

Y es Jesús quien los orienta en el camino. ¿Para llegar a Emaús? No, ellos ya sabían cómo llegar. Jesús los orienta en el caminar hacia las profundidades de sus corazones. Corazones que se encuentran cargados de desilusión, decepción, angustia, incertidumbre… Nada había salido como ellos habían previsto.

Jesús camina junto a ellos, los escucha, los invita a reflexionar. Y ellos se dejan iluminar. A pesar de los nubarrones de desilusión, sus corazones estaban algo disponibles, un poco dispuestos al encuentro con Él.

Y llegaron los tres al lugar del encuentro profundo, del encuentro que transforma. Y así sucedió, lo reconocieron a Jesús en el signo de partir el pan. Sus corazones desconcertados, saltaron de alegría y se llenaron de gozo y de luz. Antes parecían corazones apagados y ahora son corazones encendidos, capaces de contagiar el amor y la alegría. ¡Qué alegría! ¡Qué emoción haber descubierto a Jesús!

 

Les proponemos para quienes deseen realizarlo en familia:

Hacer huellas de pie para formar un camino, para caminar con Jesús así como lo hicieron sus amigos, los discípulos. Le podemos poner nuestro nombre, decorarlo. Llegamos a Jesús con el corazón feliz de saber que está a nuestro lado.

Otra propuesta podría ser la de dibujarse en familia con Jesús caminando… (No se olviden de que nos pueden mandar sus producciones a pastoralinmacu@gmail.com ) Desde ya gracias.

Dios los bendiga.

  

  Extracto reflexión del Papa Francisco del Evangelio de San Lucas 24, 35-48

En su homilía, Francisco ha comentado el Evangelio de hoy (Lc 24, 35-48) en el que Jesús resucitado se aparece a los discípulos, conmocionado y lleno de miedo porque creyeron haber visto un fantasma, y abre sus mentes para comprender las Escrituras. Y de la alegría no podían creer. Estar lleno de alegría es la más alta experiencia de consuelo. Es la plenitud de la presencia del Señor, es el fruto del Espíritu Santo, es una gracia.La gran fortaleza que tenemos para predicar el Evangelio y avanzar como testigos de la vida es la alegría del Señor, que es fruto del Espíritu Santo.

En estos días, en Jerusalén, la gente tenía muchos sentimientos: miedo, asombro, duda, hay un ambiente no pacífico porque sucedieron cosas que no se entendieron. El Señor fue a sus discípulos. Ellos también sabían que ya había resucitado, también Pedro lo sabía porque había hablado con él esa mañana. Estos dos que habían regresado de Emaús lo sabían, pero cuando apareció el Señor se asustaron. "Sorprendidos y llenos de miedo, creyeron haber visto un fantasma"; tuvieron la misma experiencia en el lago cuando Jesús vino caminando sobre el agua.

 Este día Pedro estaba en silencio, había hablado con el Señor esa mañana, y nadie sabe lo que se dijeron en ese diálogo y por eso estaba en silencio. Pero estaban tan llenos de miedo, molestos, que creyeron haber visto un fantasma. Y él dice: “Pero no, ¿por qué estás turbados? ¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad las manos, los pies... ", les muestra las llagas. Ese tesoro de Jesús que lo llevó al cielo para mostrárselo al Padre e interceder por nosotros. “Tocadme y mirad; un fantasma no tiene carne ni huesos".

Y luego viene una frase que me da mucho consuelo: "Pero después de que por la alegría no creyeron...", aún y estaban llenos de asombro, la alegría les impidió creer. Era tanta la alegría que “no, esto no puede ser cierto. Esta alegría no es real, es demasiada alegría". Y esto les impidió creer. La alegría. Los momentos de gran alegría. Estaban desbordados de alegría pero paralizados por la alegría. Y la alegría es uno de los deseos que Pablo le da a su pueblo en Roma: "Que el Dios de la esperanza te llene de alegría", dice. Llenar de alegría. Es la experiencia del consuelo más grande, cuando el Señor nos hace comprender que esto es otra cosa de ser alegre, positiva, brillante... Una alegría desbordante que nos toca realmente.

Y por esto, Pablo le desea que "el Dios de la esperanza llene de alegría", a los romanos. Y esa expresión, llena de alegría se repite, muchas veces. Es la plenitud del consuelo, la plenitud de la presencia del Señor. Porque, como Pablo les dice a los gálatas, "la alegría es el fruto del Espíritu Santo", no es la consecuencia de las emociones que estallan por algo maravilloso... No es más. Este gozo, este que nos llena es el fruto del Espíritu Santo. Sin el Espíritu uno no puede tener esta alegría. Recibir la alegría del Espíritu es una gracia.

Recuerdo los últimos párrafos de la Exhortación Evangelii nuntiandi de Pablo VI, cuando habla de cristianos alegres, evangelizadores alegres, y no de aquellos que siempre viven decaídos. Hoy es un hermoso día para leerlo. Lleno de alegría. Esto es lo que la Biblia nos dice: "Pero después de que por la alegría no creyeron...", fue tanto que no creyeron. Hay un pasaje del libro de Nehemías que nos ayudará hoy en esta reflexión sobre la alegría. "Estén tranquilos, ahora no lloren más, conserven la alegría, porque la alegría en el Señor es vuestra fortaleza". La gran fuerza que tenemos para transformar, para predicar el Evangelio, para avanzar como testigos de la vida es la alegría del Señor, que es fruto del Espíritu Santo, y hoy le pedimos que nos conceda este fruto.