"EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ" Lc 4,18.
Pastoral Educativa
Querida
comunidad educativa:
Nos volvemos a encontrar en torno a la Palabra
de Dios…
Nos ponemos en presencia de Dios para comenzar
la oración de hoy.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, Amén.
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas 4,16-30.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor
Reflexionamos
El
Papa Francisco nos dice acerca del Evangelio de hoy: «se puede ver cómo es
nuestra alma» y cómo el viento puede hacer que gire de una parte a otra. En
Nazaret, como explicó el Santo Padre, «todos esperaban a Jesús. Querían
encontrarle. Y Él fue a encontrar a su gente. Por primera vez volvía a su lugar.
Y ellos le esperaban porque habían oído todo lo que Jesús había hecho en
Cafarnaún, los milagros. Y cuando inicia la ceremonia, como es costumbre, piden
al huésped que lea el libro. Jesús hace esto y lee el libro del profeta Isaías,
que era un poco la profecía sobre Él y por esto concluye la lectura diciendo:
“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”».
La
primera reacción —explicó el Pontífice— fue bellísima; todos lo apreciaron.
Pero después en el ánimo de alguno empezó a insinuarse la carcoma de la envidia
y comenzó a decir: «¿Pero dónde ha estudiado éste? ¿No es éste el hijo de José?
Y nosotros conocemos a toda la familia. ¿Pero en qué universidad ha
estudiado?». Y empezaron a pretender que Él hiciera un milagro: sólo después
creerían. «Ellos —precisó el Papa— querían el espectáculo: “Haz un milagro y
todos nosotros creeremos en ti”. Pero Jesús no es un artista».
Jesús
no hizo milagros en Nazaret. Es más, subrayó la poca fe de quien pedía el
«espectáculo». Estos, observó el Papa Francisco, «se enfadaron mucho, y,
levantándose, empujaban a Jesús hasta el monte para despeñarle y matarle». Lo
que había empezado de una manera alegre corría peligro de concluir con un
crimen, la muerte de Jesús «por los celos, por la envidia».
Pero
no se trata solamente de un suceso de hace dos mil años, evidenció el Obispo de
Roma. «Esto —dijo— sucede cada día en nuestro corazón, en nuestras comunidades»
cada vez que se acoge a alguien hablando bien de él el primer día y después
cada vez menos hasta llegar a la habladuría casi al punto de «despellejarlo».
Quien, en una comunidad, parlotea contra un hermano acaba por «quererlo matar»,
subrayó el Pontífice. «El apóstol Juan —recordó—, en la primera carta, capítulo
3, versículo 15, nos dice esto: el que odia en su corazón a su hermano es un
homicida». Y el Papa añadió enseguida: «estamos habituados a la locuacidad, a
las habladurías» y a menudo transformamos nuestras comunidades y también
nuestra familia en un «infierno» donde se manifiesta esta forma de criminalidad
que lleva a «matar al hermano y a la hermana con la lengua».
Entonces,
¿cómo construir una comunidad?, se preguntó el Pontífice. Así «como es el
cielo», respondió; así como anuncia la Palabra de Dios: «Llega la voz del
arcángel, el sonido de la trompa de Dios, el día de la resurrección. Y después
de esto dice: y así para siempre estaremos con el Señor». Por lo tanto, «para
que haya paz en una comunidad, en una familia, en un país, en el mundo, debemos
empezar a estar con el Señor. Y donde está el Señor no hay envidia, no está la
criminalidad, no existen celos. Hay fraternidad. Pidamos esto al Señor: jamás
matar al prójimo con nuestra lengua y estar con el Señor como todos nosotros
estaremos en el cielo».
Propósito
De la misma forma que Cristo predicaba las
enseñanzas de su Padre nosotros también atrevámonos a predicar el evangelio sin
temor ni vergüenza. Antes bien pidámosle confianza y valor para que nos haga
auténticos defensores de nuestra fe.