PARA MEDITAR EN MARTES SANTO
Equipo
Pastoral
Hoy martes 7 de abril, seguimos preparando nuestro corazón
para vivir de manera plena la Semana Santa.
El día de ayer, hicimos la propuesta de que en cada una de
nuestras casas, armemos el altar en familia.
·
Escuchemos
la Palabra (Jn 13, 21-33; 36-38)
En aquel tiempo,
cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y
declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos
se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de
ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro
le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?” Entonces él, apoyándose en
el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a
quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a
Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.
Jesús le dijo entonces
a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los
comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía
a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la
fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió
inmediatamente. Era de noche.
Una vez que Judas se
fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido
glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo
glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Hijitos, todavía
estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así
se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’ ”. Simón
Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “A donde yo voy, no
me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde”. Pedro replicó: “Señor, ¿por qué
no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Conque
darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me
hayas negado tres veces”.
·
Para
reflexionar
¿Cómo nos sentimos ante la traición de un amigo?
¿Cuántas veces con nuestros actos negamos a Dios?
¿Somos capaces de amar tanto como para perdonar a nuestros
amigos más allá de sus errores?
Reconociéndonos como pecadores, al igual que Pedro, pidamos
perdón por todos nuestros errores.
Los invitamos a realizar un “gesto de perdón” para sumar a nuestros altares, podemos hacer un
dibujo, escribir una carta, simplemente escribir la palabra perdón, etc. Para
decirle a Dios que estamos verdaderamente arrepentidos de nuestros errores y
para poder seguir preparando nuestros corazones para esta Semana Santa.
Reflexión del Papa
Francisco del Evangelio de San Juan (13,21-33; 36-38)
En el martes de la Semana Santa el Santo Padre Francisco
preside la misa en la Casa Santa Marta. La antífona de entrada, que el Papa lee
al principio de la celebración, está tomada del Salmo 26: “No me incluyas entre
los pecadores ni entre los hombres sanguinarios: ellos tienen las manos llenas
de infamia”. En la introducción, dirige su pensamiento a los inocentes
perseguidos:
En estos días de Cuaresma hemos visto la persecución que
sufrió Jesús y cómo los doctores de la ley se ensañaron contra él: fue juzgado
con dureza, con saña, siendo inocente. Me gustaría rezar hoy por todas las
personas que sufren un juicio injusto a causa de la persecución.
En su homilía, comentó las lecturas de hoy, tomadas del
Libro del Profeta Isaías (Is 49, 1-6), el segundo Canto del Siervo y el
Evangelio de Juan (Jn 13, 21-33. 36-38) que habla de la traición de Judas y la
negación de Pedro. Pedimos la gracia -dijo- de perseverar en el servicio, a
pesar de nuestras caídas.
La profecía de Isaías que hemos escuchado es una profecía
sobre el Mesías, sobre el Redentor, pero también una profecía sobre el pueblo
de Israel, sobre el pueblo de Dios: podemos decir que puede ser una profecía
sobre cada uno de nosotros. En esencia, la profecía enfatiza que el Señor ha
elegido a su servidor desde el vientre materno: lo dice dos veces. Su siervo
fue elegido desde el principio, desde el nacimiento o antes del nacimiento. El
pueblo de Dios fue elegido antes de nacer: también cada uno de nosotros.
Ninguno de nosotros cayó en el mundo por casualidad, por caso. Cada uno tiene
un destino, un destino libre, el destino de la elección de Dios. Yo nazco con
el destino de ser hijo de Dios, de ser siervo de Dios, con la tarea de servir,
de construir, de edificar. Y esto, desde el seno materno.
El siervo de Yahvé, Jesús, sirvió hasta la muerte: parecía
una derrota, pero era la manera de servir. Y esto subraya la manera de servir
que debemos tener en nuestras vidas. Servir es darse a sí mismo, darse a los
demás. Servir no es pretender para cada uno de nosotros otro beneficio que no
sea el de servir. Servir es la gloria, y la gloria de Cristo es servir hasta el
punto de aniquilarse hasta la muerte, la muerte en la cruz. Jesús es el
servidor de Israel. El pueblo de Dios es siervo, y cuando el pueblo de Dios se
aleja de esta actitud de servicio es un pueblo apóstata: se aleja de la
vocación que Dios le ha dado. Y cuando cada uno de nosotros se aleja de esta
vocación de servicio, se aleja del amor de Dios, y construye su vida sobre
otros amores, muchas veces idólatras.
El Señor nos ha elegido desde el vientre materno. En la vida
hay caídas: cada uno de nosotros es un pecador y puede caer, y ha caído. Sólo la
Virgen y Jesús... todos los demás hemos caído, somos pecadores. Pero lo que
importa es la actitud ante el Dios que me eligió, que me ungió como siervo; es
la actitud de un pecador que es capaz de pedir perdón, como Pedro, que jura que
"no, nunca te negaré, Señor, nunca, nunca, nunca", pero luego, cuando
el gallo canta, llora. Se arrepiente. Este es el camino del servidor: cuando
resbala, cuando cae, pide perdón.
En cambio, cuando el siervo no puede comprender que ha
caído, cuando la pasión lo toma de tal manera que lo lleva a la idolatría, abre
su corazón a satanás, entra en la noche: eso es lo que le pasó a Judas.
Pensemos hoy en Jesús, el siervo, fiel en el servicio. Su
vocación es servir hasta la muerte, y la muerte en la Cruz. Pensemos en cada
uno de nosotros, parte del pueblo de Dios: somos servidores, nuestra vocación
es servir, no aprovechar nuestro lugar en la Iglesia. Servir. Siempre en
servicio.
Pidamos la gracia de perseverar en el servicio. A veces con
resbalones, caídas, pero la gracia de al menos llorar como Pedro lloró.