PARA MEDITAR EN CUARESMA
Reflexión del Papa
Francisco sobre el Evangelio según San Juan 10, 31-42
Este 3 de abril, en la Misa en Santa Marta, el Santo Padre
dirigió su pensamiento a la pobreza, el desempleo y el hambre que son causados
por la pandemia del coronavirus y reza por aquellos que ya están tratando de
remediarlo. En la homilía, recordó a Nuestra Señora de los Dolores,
invitándonos a darle las gracias porque aceptó ser Madre.
“Hay gente que desde ahora empieza a pensar en el después:
el después de la pandemia. A todos los problemas que vendrán: problemas de
pobreza, de trabajo, de hambre... Oremos por todos los que ayudan hoy, pero
también pensemos en el mañana, para ayudar a todos nosotros”.
En este viernes de pasión que precede al Domingo de Ramos,
en la cual conmemoramos los dolores de María, el Papa Francisco dedicó su
homilía a Nuestra Señora de los Dolores. Hoy – dijo – nos hará bien pensar en
los dolores de la Virgen y agradecerle porque aceptó ser Madre de Jesús.
Este Viernes de Pasión, la Iglesia recuerda los dolores de
María, Nuestra Señora de los Dolores. Desde hace siglos se cultiva esta
veneración del pueblo de Dios. Se han escrito himnos en honor a Nuestra Señora
de los Dolores: estaba al pie de la cruz y la contemplan allí, sufriendo. La
piedad cristiana ha recogido los dolores de la Virgen y habla de los
"siete dolores". El primero, sólo 40 días después del nacimiento de
Jesús, la profecía de Simeón que habla de una espada que atravesará su corazón.
El segundo dolor, se refiere a la huida
a Egipto para salvar la vida de su hijo. El tercer dolor, esos tres días de
angustia cuando el niño se quedó en el templo. El cuarto dolor, cuando Nuestra
Señora se encuentra con Jesús en el camino al Calvario. El quinto dolor de
Nuestra Señora es la muerte de Jesús, ver al Hijo allí, crucificado, desnudo,
muriendo. El sexto dolor, el descenso de Jesús de la cruz, muerto, y lo toma en
sus manos como lo había tomado en sus manos más de 30 años [antes] en Belén. El
séptimo dolor es el entierro de Jesús. Y así, la piedad cristiana sigue este
camino de Nuestra Señora que acompaña a Jesús. Es bueno para mí, por la tarde,
cuando rezo del Ángelus, rezar estos siete dolores como recuerdo de la Madre de
la Iglesia, cómo la Madre de la Iglesia con tanto dolor ha podido darnos a luz
a todos.
La Virgen nunca pidió nada para sí misma, nunca. Sí, para
los demás: pensemos en Caná, cuando va a hablar con Jesús. Nunca ha dicho:
"Soy la Madre, mírenme: soy la Reina Madre". Ella nunca dijo eso. No
pidió algo importante para ella, en el colegio apostólico. Sólo acepta ser
madre. Acompañó a Jesús como discípula, porque el Evangelio muestra que siguió
a Jesús: con sus amigas, mujeres piadosas, seguía a Jesús, escuchaba a Jesús.
Una vez que alguien la reconoció: "Ah, aquí está la madre", "Tu
madre está aquí"... Ella estaba siguiendo a Jesús. Hasta el Calvario. Y
allí, de pie... la gente seguramente le decía: "Pero, pobre mujer, cómo va
a sufrir", y los malos seguramente dijeron: "Pero, ella también tiene
la culpa, porque si lo hubiera educado bien esto no habría terminado así".
Allí estaba, con el Hijo, con la humillación del Hijo.
Honrar a la Virgen y decir: "Esta es mi Madre",
porque ella es la Madre. Y este es el título que recibió de Jesús, justo ahí,
en el momento de la Cruz. Tus hijos, tú eres Madre. No la nombró primer
ministro ni le dio títulos de "funcionalidad". Sólo
"Madre". Y luego, los Hechos de los Apóstoles la muestran en oración
con los Apóstoles como una madre. Nuestra Señora no quiso quitarle ningún
título a Jesús; recibió el don de ser su Madre y el deber de acompañarnos como
Madre, de ser nuestra Madre. No pidió para sí misma ser cuasi-redentora o una
co-redentora: no. El Redentor es uno solo y este título no se duplica. Sólo
discípula y madre. Y así, como madre debemos pensar en ella, debemos buscarla,
debemos rezarle. Ella es la Madre. En la Iglesia Madre. En la maternidad de la
Virgen vemos la maternidad de la Iglesia que recibe a todos, buenos y malos: a
todos.
Hoy nos hará bien detenernos un poco y pensar en el dolor y
las penas de Nuestra Señora. Ella es nuestra madre. Y cómo los ha llevado, cómo
los ha llevado bien, con fuerza, con llanto: no era un llanto falso, era
precisamente su corazón destruido por el dolor. Nos hará bien detenernos un
poco y decirle a Nuestra Señora: "Gracias por haber aceptado ser Madre
cuando el Ángel te lo dijo, y gracias por haber aceptado ser Madre cuando Jesús
te lo dijo”.