NOVENA AL ESPÍRITU SANTO - 28 DE MAYO DE 2020
Equipo
Pastoral
28 de mayo
Nos preparamos para la venida del
Espíritu Santo:
Querida comunidad Educativa: como ya les
venimos comentando el domingo 31 de mayo la Iglesia celebra la fiesta de
Pentecostés. La Venida del Espíritu Santo.
Nos seguimos preparando para ese momento
tan especial.
Este año queremos vivenciar los frutos del
Espíritu. «Más
el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad
y confianza, mansedumbre y temperancia » Gálatas 5,
22-23
En este día reflexionaremos sobre el FRUTO DE LA AFABILIDAD
y el FRUTO DE LA BONDAD.
El fruto de la AFABILIDAD
El Papa Francisco nos dijo: «Quien no conoce la ternura de Dios está
perdido». La afabilidad habla de esa dulzura y ternura con
la que Dios nos trata personalmente y como en presencia de su Espíritu esta
misma ternura brota de nosotros y nos permite relacionarnos con los demás con
esa misma delicadeza, dulzura y ternura, reflejo de Dios, es decir se goza en
hacer bien al prójimo con amabilidad en las palabras, con suavidad en la
convivencia así como en el trato.
El fruto de la BONDAD
El amor de Dios es un amor que empuja a
que salgamos al encuentro. El encuentro con Dios, irremediablemente nos empuja a salir a encontrarnos con el
otro y transmitir lo que nos ha sido dado. Nos empuja a un
trato caritativo, bueno, especialmente con los más necesitados física y
espiritualmente.
La bondad sería esa buena disposición
sobrenatural de la voluntad hacia los demás, deseando y procurando su bien.
La bondad, fruto del Espíritu, puede adoptar múltiples formas:
LA BONDAD COMO
GENEROSIDAD. La bondad-benevolencia lleva a la realización de acciones
benéficas, sin buscar agradecimiento o dependencia por parte del favorecido y
queriendo imitar a Dios, que da y se da con generosidad y sabe pagar y devolver
siete veces más. La bondad generosidad también se puede ejercitar desde la
pobreza, como lo hizo la viuda del evangelio, que no tenía más que dos reales,
y dio todo lo que poseía (Lc 21,3).
LA BONDAD COMO
SIMPLICIDAD y SENCILLEZ. Es necesario conocer el bien verdadero para deseárselo a
los demás comunicárselo, sin transmitir bondades falsificadas, que no vienen de
Dios. Para que crezca la bondad del Espíritu en nosotros no basta sólo el amor
de Dios. Hace falta una luz divina, que nos haga ver a los demás y a las cosas
desde la verdad y la simplicidad de Dios, porque entre los frutos de la luz
están la bondad, la verdad y la justicia (Ef 5,9). La bondad hace el bien con
sencillez, sin jactarse de los servicios prestados, sin buscar la aprobación de
los hombres, sino sólo la de Dios: «Al dar limosna que tu mano izquierda no
sepa lo que hizo tu mano derecha» (Mt 6,3). La bondad de la sencillez no conoce
la envidia ni el rencor ante los bienes de los demás, sino el gozo inmenso de
Dios al ver que las criaturas se enriquecen con los dones, los carismas, las
virtudes y bendiciones divinas, superiores a las de uno mismo.
LA BONDAD COMO
COMUNIÓN. La bondad restaura las relaciones fraternas entre los
hombres, rotas por el pecado y la división. El Espíritu de bondad es también
Espíritu de unidad.
LA BONDAD COMO EDIFICACIÓN. San Pablo pedía a los
Gálatas que «no se cansasen de obrar el bien, porque a su tiempo nos vendrá la
cosecha, si no desfallecemos... y si hacemos el bien a todos» (Gal 6,9-10). La
bondad que no desfallece produce abundante cosecha de crecimiento eclesial.
Le pidamos a Dios que esta semana podamos preparar nuestro corazón en familia para recibir al Espíritu Santo, también para que derrame sus frutos sobre cada uno de nosotros.
Les compartimos la
Palabra de Dios de hoy para dejar que nuestro padre nos siga hablando allí…
Lectura del Santo
Evangelio según San Juan
17,20-26:
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al
cielo, oró, diciendo: «Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por
los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú,
Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el
mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me
diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí,
para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado
y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me
confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste,
porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no
te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les
he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me
tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»
Palabra del Señor