"LA GRACIA DE DIOS ESTABA CON ÉL" Lc 2,40
Pastoral Educativa
Querida comunidad educativa:
¡Muy buenos días! Los invitamos a ponernos en
presencia de Dios un día más para comenzar con la oración de hoy.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, Amén.
Lectura del Santo Evangelio según
San Lucas 2, 36-40
En
aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.
Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya
ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche,
sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el
templo para la presentación del niño,) se acercó Ana, dando gracias a Dios y
hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Una
vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y
fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor
En el
evangelio de hoy queremos poner la mirada en esa mujer llamada Ana, que estaba
en el Templo. Era viuda, desde hacía muchos años; vemos en ella a tantas
mujeres y hombres viudos. Pensar que para muchos el estado de enviudes puede
significar termino, angustia, dolor, depresión o fracaso ya de la vida, al
haberse perdido el compañero o compañera de toda la vida.
Eran ciertamente ancianos, el «viejo» Simeón y la
«profetisa» Ana que tenía 84 años […] El Evangelio dice que esperaban la
consolación de Israel cada día, con gran fidelidad, desde hacía largos años,
pues el Espíritu Santo les había revelado que no habrían muerto antes de ver al
Mesías (cf. Lc 2, 26) Por eso, anhelaban que ese día llegara, captar los
signos, intuir el inicio. Tal vez ya estaban un poco resignados a morir antes:
pero esa larga espera continuaba ocupando toda su vida, no tenían compromisos
más importantes que este: esperar al Señor y rezar. Y, cuando María y José
llegaron al templo para cumplir las disposiciones de la Ley, tambièn Simeón y
Ana corrieron al Templo impulsados y animados por el Espíritu Santo (cf. Lc 2,
27). El peso de la edad y de la espera desapareció en un momento. Ellos
reconocieron al Niño, y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea:
dar gracias y dar testimonio por este Signo de Dios. Simeón improvisó un
bellísimo himno de júbilo (cf. Lc 2, 29-32) —fue un poeta en ese momento— y Ana
se convirtió en la primera predicadora de Jesús: «hablaba del niño a todos lo
que aguardaban la liberación de Jerusalén» (Lc 2, 38). AUDIENCIA
GENERAL 11 de marzo de 2015
Ana
la mujer del Evangelio representa no algo acabado, derrumbado, sino, en el
esplendor de la vida, dando gracias a Dios, no hablando del pasado añorado,
sino del futuro, no encerrada en sus temores sino abierta a la vida naciente,
con sentido solidario, de comunión, como tantas abuelas y abuelos llenos de
alegría por la vida de sus hijos jugando y conteniendo a sus nietos, mirando el
futuro y animando a los jóvenes a seguir construyendo un mundo mejor que el que
ellos pudieron darles.
Y
allí están, el niño Jesús junto a María y a José que vuelven a lo cotidiano de
Nazaret, no a vivir de éxitos o de cosas deslumbrantes, no. No les había nacido
un mago, un adivino, les nació el Hijo de Dios que vivirá 30 años en lo
escondido, en el estudio, en el trabajo, ayudando a su padre carpintero,
anunciando al mundo la llegada del reino, un reino de justicia, de paz, de
humildad y sencillez, de servicio y de amor; es el verdadero reino, el reino de
Dios, la navidad que Dios quiera, amigos, la podamos vivir a lo largo de
todo este año que vamos a comenzar.
¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO QUE SE ACERCA!!!